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domingo, 13 de mayo de 2007

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ

QUEDARÁN LOS MOLINOS
Del viento se pueden obtener gran cantidad de energía eléctrica, utilizándose materiales y tecnologías de última generación en la construcción de los molinos.
La energía eólica es inagotable, con indiscutibles beneficios ambientales al no existir acumulación de radiactivos, ni contaminación del aire con gases provocadores del cambio climático global.
La energía eólica se encuentra dispersa, es intermitente y aleatoria, y desde el punto de vista económico. Aunque la inversión inicial necesaria para la instalación de los sistemas de captación eólica es mayor que la requerida para un sistema diesel, sus bajos costos de mantenimiento, combustible gratis y una vida útil prolongada de 20 años o mas, les permite competir cada vez más eficazmente con otras fuentes energéticas.
La industria eólica a nivel global ha tenido un crecimiento anual acumulado promedio durante los últimos 5 años del 34%.
Los medios periodísticos (gráficos, radiales, televisivos y ahora digitales) voceros del gran Capital, se encargan de difundir ahora estas bonanzas, - ciertas pero ahora sospechosas- en razón de que estas empresas nunca divulgaron cuestiones que hacen a los intereses de las mayorías.

Resulta sugestivo que algunos países como EEUU, Alemania, Francia, Reino Unido y España que instalaron gran cantidad de generadores de energía eléctrica utilizando la fuerza del viento, busquen a la vez fuentes alternativas como biocombustibles que causan graves daños medioambientales y pérdida de biodiversidad al destinar grandes superficies de nuevas tierras a monocultivos, desviando cultivos alimentarios del consumo animal o humano, para destinarlos a la obtención de combustible para automóviles y camiones.
Todo esto ocurre mientras siguen manteniendo un imperial poder sobre las zonas del mundo en donde todavía hay petróleo, instalados en su rol de jueces planetarios, disponiendo a su antojo, quien puede y quien no, desarrollar la energía atómica, siendo los dueños del derecho de admisión al selecto club nuclear.La escena de esta obra de teatro ya tiene su primer acto: proteger el medio ambiente a pesar de la muerte de los millones de seres humanos que allí viven.
Cuidar el planeta, desarrollando energías alternativas como la eólica, parece una buena obra, pero no cuestionar y no producir el cambio en los sistemas políticos de modelo consumista que producen la catástrofe del medio ambiente, vuelven funcionales a su continuidad, y a la presentación de lo que sería el segundo y ultimo acto de esta obra macabra: la destrucción de la Tierra, de la que probablemente lograrían sobrevivir los más poderosos, dueños de la energía atómica.

James Lovelock, científico y ecologista ingles, escribió en “La venganza de Gaia”, que a la vida en el planeta le quedan menos de 50 años.
Dice que en los países desérticos se justifica usar la eólica para desalinizar el agua, pero en países muy urbanos y densamente habitados como Inglaterra o Alemania, es absurdo intentar sacar la energía de los molinos de viento, y habría que recurrir a la energía nuclear, porque no hay tiempo para descubrir otra alternativa lo suficientemente eficiente como para poder proporcionar electricidad y alimentos y calor a los supervivientes humanos que intentaran conservar nuestra civilización.
Dice también que esta situación pudo haberse evitado tomando medidas hace 100 o 50 años, “pero a estas alturas ya no hay manera de detener el proceso. Yo creo que dentro de la ciencia del clima todo el mundo sabe que ya es demasiado tarde”

Los países industrializados hoy levantan muros, físicos, ideológicos y simbólicos para no verse invadidos por los sufrientes seres humanos a quienes ellos mismos explotaron hasta la miseria; y al final de esta historia, que tiene mucho de una muerte anunciada, no tendrían ningún problema en volver a usar en forma destructiva la energía atómica, que se reservaron para sí.
Es probable entonces, que los molinos de viento queden como el vestigio de un sueño tardío, cual gigantes en vano, esperando su Quijote.

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